domingo, 12 de febrero de 2017

MEMORIAS DE VIGILADOR 2
                                                                 
Esto de trabajar de noche está muy bueno, sobre todo en el verano de Buenos Aires en que hace tanto calor durante el día.  El Sol se ocultó hace rato y corre un aire refrescante aunque con un pensamiento, con sólo el agitar de una neurona, ya comienzo a sudar.
Pero heme aquí dispuesto a reventar esta noche como tantas otras, trabajando.  Y trabajar de vigilador es trabajar también.  Se manejan acciones como en cualquier otra tarea.  Son distintas, sí, pero son tareas.  Es tener atentos todos los sentidos durante todo el tiempo.  Es observar todos los elementos de seguridad en todo el ámbito de la vigilancia durante todo el tiempo.  Puertas, portones, cerraduras, luces y…personas.
Pero esta fue la última noche que trabajé incrédulamente.  Fue la última noche en que sólo me importó vigilar la “seguridad de las personas y bienes” como decimos en nuestra profesión.
A partir de hoy sumé otros atisbos a mi función.  Y no es solamente que el juego de luces y sombras dibuje fantasmasPorque los fantasmas existen en nuestra imaginación.  En la realidad existe la realidad.  Sólo que hay realidades que son poco comunes o que desconocemos principalmente a la noche en que nuestra actividad humana es menor.  Pero como mi actividad nocturna es mayor ocurrió que estas realidades se me presentaron en algún momento.  Alguna de ellas ya la comenté con anterioridad.
Ahora estoy atento cada  noche a nutrirme de nuevas realidades que pueblan mi fantástico mundo.
Paso a referirles lo de hoy que, en definitiva, debo adquirirlo como una simbiosis.
Cada hora doy una vuelta por las cocheras que están a nivel y alrededor del edificio en torre y luego anoto mi comentario en el cuaderno de vigilancia.   En esto estoy, sentado a mi escritorio, cuando veo con el rabillo del ojo el movimiento de un objeto pequeño y negro sobre las cerámicas blancas del piso..
—¡Otra vez arañas! —digo.
Al fijar la mirada reconozco que son cucarachas.  Una, dos,… una hilera interminable y ordenada de estos insectos que se dirigen hacia la puerta de calle.  Me levanto y cruzando sobre ellas –que no se inmutan- advierto que están saliendo del pozo del segundo ascensor que está en el fondo del pasillo de la planta baja.
—¿Qué pasa?  ¿A dónde van?me pregunto.
—A la calle, lejos de aquí, este edificio se derrumba, habrá un sismo en Buenos Aires —escucho.
—¿Y vos cómo sabés esto, Marcelo? —le pregunto inquieto (Marcelo es el encargado que vive en la planta baja).
—No soy Marcelo, soy Qaqu —alguien me contesta.
Revoleo la cabeza y los ojos a todos sitios buscando a Marcelo.  No está.  Pienso: hoy es sábado y se fue ya que mañana, domingo, no trabaja.
—¿Quién es Qaqu?grito.
Una cucaracha queda a la altura de la puerta, fuera de la hilera que seguía avanzando, y como para llamar mi atención da una vuelta en círculo y se detiene, levanta la pata derecha y luego la izquierda y oígo: —¿Esto te resulta conocido?  Soy Qaqu de la comunidad de Quqa.  Sal de aquí ya mismo, en pocos segundos nada quedará en pie.
Todo un mundo de fantasías me envolvió.  Entonces —¿Todo lo que escribí es realidad?
—Sí, José Galeano.  Todo es ciertome responde Qaqu leyendo mi pensamiento—.  Todo eso te transmitimos para que tu lo hagas conocer.  Por esto eres valioso y debes salvar tu vida.
—¡Sal ya mismo! —escucho el grito imperioso.
Obedezco como un autómata corriendo detrás de la última cucaracha que siguen entrando a la alcantarilla hacia los desagües cloacales y llego al medio de la calle cuando el estrépito infernal de mampostería que golpea y se deshace contra el suelo comienza a ensordecerme.

Continúo corriendo hacia la avenida, tambaleando por los sacudones del piso.

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