domingo, 12 de febrero de 2017

EL PADRE DE MI NOVIA
                                                
Mi novia me invitó a su casa para presentarme a sus padres.
Domingo al mediodía.
Hace un mes que nos conocemos y a nuestra edad de cincuentones abreviamos algunos pruritos porque sabemos como viene la mano, sobre todo cuando nos encontramos coincidencias razonablemente fundamentales como para seguir encanutados.
Y en fin… aquí estamos.
Buena gente.  Dicharachera y para mí, que me gusta charlar, es encantadora.
La vie… digo la mamá preparó una cazuela de calamares con salsa de tomates y arroz blanco que casi le pido la mano al marido.  Y haciendo navegar a los calamares en un buen chablis (son dos botellas, porque las vaciamos) que aporté para la ocasión nos vamos al living a seguir conversando como antes del almuerzo.
No fue como antes.  Ya es la segunda charla y, además, tenemos un coordinador: el Sr. Chablis.
El vie… digo el padre adquiere cierta familiaridad, como de amigos de la infancia.  En una de esas, y aquí viene el quid de la cuestión de mi relato, me pregunta: —Che, y ustedes ¿dónde hacen el amor?
Mi vaho vinícola resulta arrastrado por un Pampero sureño con bajante de temperatura a cero grado.  Las dos mujeres se miran como resortes y dejan los pocillos de café sobre la mesita porque se les tiemblan bastante.  Hurgué en mis neuronas mientras me sigue mirando inquisidor.
No me puedo negar: nos vio muy cariñosos y con arrumacos y esto es signo de haber transpuesto ciertos límites de confianza.  La otra es que le conté que vivo en un monoambiente con cama de una plaza y no le voy a decir que obligo a la hija a tamaña miserable incomodidad para… para…
En fin…
—¿Sabe Don?  Así, de vez en cuando, cuando queremos estar solos en la intimidad nos vamos a alguno de esos sitios que están preparados con todas las comodidades para pasarla lo mejor posible, con calefacción y música y agua caliente…—digo.
—…y una cama de dos plazas espeta.
—y… sí —respondo.
—una amobl…
—y… sí —agrego con presteza.
Hasta aquí las mujeres siguen mudas, sin pestañear y tiesas como postes.
—¿Sabés?  Nosotros nunca fuimos a uno de esos sitios.  En nuestro tiempo eran pocos los que habían y estaban lejos y, además, los viejos andaban mirando el reloj a cada rato —dice.
Yo siempre oportuno para lo que no debo decir, digo: —¿Y no… ?
—¡Ehhh… seguro que sí!  Íbamos a otro barrio, en una vereda en donde los árboles tapaban al farol, y allí… —me responde.
—¡¡Paapiii…!! —dice la señora.
Pero lo dice con tal dulzura que no me cabe duda alguna que está viviendo el momento que relata el marido.
Se miran.  Se toman las manos.  Se besan.  Lloran.  Y ríen…
Juro que también se me escapa un lagrimón.  Y nos miramos con Francis.

En materia de vinos uno bebe una buena calidad y no se achispa salvo que, además, sea en buena cantidad.  Esto da lugar a redondear el quid de la cuestión.
—Y decime Eduardo ¿Me podés recomendar uno bueno para ir con mi nena?me sorprende.  Y asiento  ¿Qué remedio?
—¡¡Paapiii…!!salta la señora.
—Sabés nena que nos vendrá bien conocer un sitio así.  Es algo distinto que no conocemos y no hacemos daño a nadie —responde.
—Pero nos ven al entrar —arguye.
Aquí, estimo, la señora empieza a entrar, sumando el recuerdo de las aventuras del noviazgo.
—Eduardo, dame la dirección de uno que esté en otro barrio y vamos ahora todos en mi autome pide.
—¡¡Paapiii…!! —esta vez lo dice Francis.
Es todo demasiado lindo como para que este encuentro no resulte en un final feliz.
¡Los cuatro zarpamos en el crucero del amor!
No, no estoy loco.

Cuando acabamos nuestro turno vamos a la planta baja.  El empleado me dice que el señor del cuarto trece le llamó para que le haga llegar otra pastillita azul en cuanto salgamos.  Se la entrego y avisa a la mucama para que la deje en la ventanita del trece.
Nos quedamos a esperarlos sentados en el sillón del recibidor.  Seguimos besuqueándonos y en eso Francis se queda quietita, dormida, y yo abro los ojos cuando el padre de mi novia me pone la mano en el hombro.
Ambos tienen sonrisas en los labios y en los ojos.


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