CHARLAS DE
CAFÉ
INTRODUCCIÓN.
Lo regular que uno piensa es que este mundo es
una porquería y, a veces (no siempre), uno quiere que este mundo deje de ser
una porquería y quiere arreglarlo pero (siempre hay un pero) busca la compañía
de otro, no sea que la cosa salga mal y tenga que cargar con todo el fardo.
Esto lo pensé yo. También lo pensó Juan. Juan es mi amigo. Nos dimos cuenta que los dos pensamos lo
mismo en una de esas charlas de café en que nos reunirnos para, justamente,
arreglar el mundo.
Somos jóvenes, tenemos energía, tiempo y
fuerzas para dedicarnos en nuestros ratos libres a buscar el modo de solucionar
todos los problemas que aquejan a nuestros congéneres.
-¡Qué
espíritu emprendedor!, dijimos. Y brindamos a la Humanidad una buena
parte de nuestro tiempo diario para salvarla.
El tema es por donde empezar a arreglar al
Mundo.
Comenzamos la búsqueda de por donde iniciar la
faena, o sea que no íbamos a arreglar al Mundo así porque sí y tampoco íbamos a
componer a la Humanidad así porque sí. El
asunto es empezar por la célula básica o sea el individuo humano.
En cuanto al modo de llevarlo a cabo,
advertimos que un método interesante es el convencimiento a través de la
palabra, tanto oral como escrita. Es
usado desde hace miles de años y está difundido por todo el globo en versiones
según el idioma que le corresponda a cada grupo social como para llegar a todos
los individuos. Concluimos que, si
estamos como estamos, esta herramienta es, obviamente, inútil.
Luego, le propuse a Juan el buscar de corregir
los factores de agresividad registrados en las neuronas del cerebro mediante
pequeños choques eléctricos que las menguaran y dieran relevancia a factores de
comprensión y aceptación del otro. Todo
esto en base a mis estudios de postgrado en psiquiatría.
Juan, como ingeniero electrónico, está
capacitado para fabricar una máquina acorde a las últimas tecnologías en lo que
hace a avances en microcircuitos, conectores, uso de energías y emisión de
radiaciones y cargas eléctricas.
La porción financiera de toda esta torta la
solventaríamos con aportes a medias de acuerdo a nuestras posibilidades o sea que hasta nos
jugaríamos el no ir a la cancha más de un domingo, habida cuenta de la empresa
en cuestión.
LA MÁQUINA.
Lo primero organizado fue el equipo de tareas. Por el momento estaba completo con nosotros
dos.
Instalamos nuestro laboratorio en la cochera
de mi casa dado que estaba vacía y contaba con una mesa para trabajar y todas
mis herramientas, que no eran pocas.
Además, unos estantes vacíos nos permitirían guardar ordenadamente los
papeles que hicieran falta.
Le copié a Juan la llave de la cochera para
que tuviera la libertad de venir a trabajar en el momento que creyera
conveniente y de irse tarde por terminar algún circuito.
Tengo conocimientos de la mente humana y de
las zonas del cerebro en donde se alojan estas neuronas y por medio de mapas
del mismo nos resultaría razonablemente fácil acceder a ellas. A continuación
le aplicamos el choque eléctrico y modificamos el factor determinante de la
conducta o patrón de comportamiento.
Todo esto regulando el tiempo durante el cual puede aplicarse un impulso
determinado así como su intensidad para lograr el efecto específico buscado.
De mi cuenta recabé la información técnica
necesaria y diseñé los mapas del cerebro, luego otros más en detalle de cada
una de sus zonas conductuales que son las que nos importan. Asimismo revisé toda la documentación sobre
el cerebro en los experimentos de la Escuela Rusa de Pavlov.
Juan se ocupó de diseñar los planos de la
máquina, de buscar los elementos y las herramientas adecuados que hicieran
falta en los negocios del ramo electrónico y, posteriormente, construir un
artefacto electrónico que emita choques eléctricos de pequeña intensidad.
El tiempo siguió corriendo para el Mundo, para
Juan, para mí y para “La Máquina ”.
Quedó armada del tamaño de un televisor
mediano, la parte superior con campana de vidrio bajo la cual dos electrodos
transmiten un arco voltaico constante. Al
frente con los relojes y variadores de voltaje y amperaje y los enchufes para
las puntas de prueba y para el pulsador de pie.
EL EXPERIMENTO.
Y ocurrió que fue mayúsculo el susto que nos
pegamos cuando dijimos: ¿quién la prueba?
Es regular que en todo laboratorio se usen
animales para estos eventos. Juan,
sonriendo, me dijo que podía aportar una gallina del gallinero de su casa. Le dije que las gallinas son bastante
agresivas y resultarán buenas para el experimento y que serán necesarias dos
gallinas para comparar los resultados y que le pediría una a mi Tía Etelvina,
así son de dos grupos distintos.
Dado que a veces ocurren pequeñas diferencias
entre el cerebro humano y el cerebro de las gallinas debí preparar para esta
prueba los mapas correspondientes a las zonas gallináceas en cuestión. La Fundación Ornitológica
me aportó todos los antecedentes con que disponían los cuales corroboré,
corregí y aumenté con un par de disecciones de las cabezas de otras tantas
gallinas que me cedió muy gentilmente mi Tía Etelvina antes del puchero dominguero
de la semana anterior.
Del dicho al hecho. Colocamos las gallinas en una jaula grande
para que se muevan con cierta soltura.
Bautizamos a las gallinas “Juana” a la de Juan y “Eduarda” a la mía.
El primero fue un día normal de gallinero: los
animales se adaptaron al lugar y se comieron el maíz con fervor, aún peleándose
por los últimos granos. Esto es lo que escribimos
en el cuaderno de bitácora como justificativo de nuestro magnánimo
emprendimiento.
A la mañana del segundo día iniciamos la
aplicación del “rayo de la felicidad”.
Elegimos a Eduarda, mi gallina, para someterla
al cambio de comportamiento. El caso es
que no se quedaba quieta a pesar que se lo pedimos varias veces. Ahí descubrimos que no maneja muy bien el
español. Por tanto, le ajustamos las
patas con una cinta y la dejamos echada sobre la mesa de la cochera que ahora
usábamos para el experimento. Conectamos
una punta de prueba a la pata de Eduarda arrollando el cable y con la otra
punta comencé a apuntar a la cabeza, ya desplumada, según me indicaba el mapa
cerebral.
Yo descargaba la tensión con el pulsador de
pie y, a cada indicación, Juan variaba el voltaje.
Durante todo el tiempo que duró el experimento
la gallina dio pequeñas vibraciones a cada descarga porque el rayo también excita
a las neuronas que comandan músculos.
Luego de una sesión de treinta y cinco minutos
de ir alternando varias zonas cerebrales dimos por terminada la prueba. Aquí, Juan me hizo notar que había quedado
cierto aroma a pollo rotisado dentro de la cochera.
Solté las patas a Eduarda y le di una
palmadita suave para que se levantara; pero nos asustamos, yo más: mi gallina
no se paraba.
-¡Mierda,
se nos fue al carajo el experimento!, dije.
La comencé a masajear con las dos manos para
distenderla por si estaba tullida de su postura sobre la mesa o por las
descargas eléctricas. Enseguida se
recobró, se paró y comenzó a caminar sin asustarse, además inició un canto
suave de cacareo y melodía que, si bien es natural en ellas, nos sorprendió
gratamente. Todo esto lo anotamos.
El segundo paso y el más importante era
verificar su comportamiento “en sociedad”.
Vuelta a la jaula junto a Juana, les echamos
maíz. Juana comió con desesperación
(como siempre y como toda gallina que se precia) mientras Eduarda lo hacía
displicentemente, como sin mucho interés.
A los últimos granos, Eduarda dejó de comer y, alternativamente, con su
pico empujaba los granos de maíz hacia Juana y entonaba su canto mezcla de
melodía y cacareo.
Los días se sucedieron unos tras otros y el
experimento continuaba en su fase de control.
Las conductas de Juana y Eduarda se repitieron
y a cada día que transcurría mi gallina estaba más flaca y caída por comer
menos y la gallina de Juan estaba más gorda y rozagante.
Luego, decidimos colocar a las gallinas en
jaulas separarlas. Con esto logramos
recuperar la salud de Eduarda.
CONCLUSIÓN.
La conclusión del experimento la consideramos
satisfactoria: la Máquina de la Felicidad funcionaba a la perfección porque a
Eduarda se la veía feliz y dicharachera.
Así, exacerbados con el éxito de nuestro
experimento, nos fuimos a brindar al antro ancestral que cobijara nuestros
primeros atisbos de gloria: el café del barrio.
Casi no hablamos esta vez, estábamos demasiado emocionados. Todo fue simple y rápido. Gozoso, tal vez, para cada uno. Nos despedimos con un abrazo profundo y un “mañana la probamos conmigo” que
pronunciamos al mismo tiempo.
Estuve todo el resto de la tarde haciendo un
racconto del trámite de nuestro programa para salvar a la Humanidad. Me sentía feliz, realizado como Hombre.
A la noche no pude conciliar el sueño. Me surgió la duda sobre la aplicación en
individuos que vivan en sociedad ya que si ocurre lo mismo que con mi gallina aquel
que es inducido por la máquina podrá resultar abusado de cualquier circunstancia
que se plantee para con otros. Esto
involucra subyugaciones tales como si fuese un lavado de cerebro a científicos,
un magnicidio, el ataque a una ciudad, a…
Ahora recuerdo que esta tarde me ofrecí a
probar la máquina conmigo mismo. Significa
que mi voluntad quedará a merced de la voluntad de otros porque yo aceptaré
felizmente cualquier cosa que se le ocurra al otro.
También si Juan quiere arrogarse la propiedad
de la máquina yo no me opondré…
Esto no
podrá ser… el no será capaz… pero ¿quién le dirá que no?
Y también el tío Nicolás que la semana pasada me
propuso, en broma, que le regale la casa… si me lo propone otra vez yo lo
aceptaré felizmente…
Y así, me pasé toda la noche inventando
situaciones que me ubicaban como otorgando mis bienes y mi vida a todo aquél
que, simplemente, me lo propusiera.
Ya muy temprano, sin haber pegado un ojo, no
soporté más una acuciante idea que corroía mi cerebro. Me calcé el equipo de gimnasia que uso para
correr y fui a la cochera dispuesto a todo.
Allí ya estaba Juan, maza en mano y con cara
de satisfacción.
Había pensado lo mismo que yo.
Nos miramos largo
rato.
Así, exacerbados con el éxito de nuestro
experimento, nos fuimos a brindar al antro ancestral que cobijara nuestros
primeros atisbos de gloria: el café del barrio.
Casi no hablamos, también esta vez, estábamos demasiado
emocionados. Todo fue simple y
rápido. Gozoso, tal vez, para cada
uno. Nos despedimos con un abrazo
profundo y un -lo regular que uno piensa
es que este mundo es una porquería- que pronunciamos al mismo tiempo.
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