domingo, 12 de febrero de 2017

CHARLAS  DE  CAFÉ
                                                 
INTRODUCCIÓN.
Lo regular que uno piensa es que este mundo es una porquería y, a veces (no siempre), uno quiere que este mundo deje de ser una porquería y quiere arreglarlo pero (siempre hay un pero) busca la compañía de otro, no sea que la cosa salga mal y tenga que cargar con todo el fardo.
Esto lo pensé yo.  También lo pensó Juan.  Juan es mi amigo.  Nos dimos cuenta que los dos pensamos lo mismo en una de esas charlas de café en que nos reunirnos para, justamente, arreglar el mundo.
Somos jóvenes, tenemos energía, tiempo y fuerzas para dedicarnos en nuestros ratos libres a buscar el modo de solucionar todos los problemas que aquejan a nuestros congéneres.
-¡Qué espíritu emprendedor!, dijimos.  Y brindamos a la Humanidad una buena parte de nuestro tiempo diario para salvarla.
El tema es por donde empezar a arreglar al Mundo.
Comenzamos la búsqueda de por donde iniciar la faena, o sea que no íbamos a arreglar al Mundo así porque sí y tampoco íbamos a componer a la Humanidad así porque sí.  El asunto es empezar por la célula básica o sea el individuo humano.
En cuanto al modo de llevarlo a cabo, advertimos que un método interesante es el convencimiento a través de la palabra, tanto oral como escrita.  Es usado desde hace miles de años y está difundido por todo el globo en versiones según el idioma que le corresponda a cada grupo social como para llegar a todos los individuos.  Concluimos que, si estamos como estamos, esta herramienta es, obviamente, inútil.
Luego, le propuse a Juan el buscar de corregir los factores de agresividad registrados en las neuronas del cerebro mediante pequeños choques eléctricos que las menguaran y dieran relevancia a factores de comprensión y aceptación del otro.  Todo esto en base a mis estudios de postgrado en psiquiatría.
Juan, como ingeniero electrónico, está capacitado para fabricar una máquina acorde a las últimas tecnologías en lo que hace a avances en microcircuitos, conectores, uso de energías y emisión de radiaciones y cargas eléctricas.
La porción financiera de toda esta torta la solventaríamos con aportes a medias de acuerdo a  nuestras posibilidades o sea que hasta nos jugaríamos el no ir a la cancha más de un domingo, habida cuenta de la empresa en cuestión.

LA MÁQUINA.
Lo primero organizado fue el equipo de tareas.  Por el momento estaba completo con nosotros dos.
Instalamos nuestro laboratorio en la cochera de mi casa dado que estaba vacía y contaba con una mesa para trabajar y todas mis herramientas, que no eran pocas.  Además, unos estantes vacíos nos permitirían guardar ordenadamente los papeles que hicieran falta.
Le copié a Juan la llave de la cochera para que tuviera la libertad de venir a trabajar en el momento que creyera conveniente y de irse tarde por terminar algún circuito.
Tengo conocimientos de la mente humana y de las zonas del cerebro en donde se alojan estas neuronas y por medio de mapas del mismo nos resultaría razonablemente fácil acceder a ellas. A continuación le aplicamos el choque eléctrico y modificamos el factor determinante de la conducta o patrón de comportamiento.  Todo esto regulando el tiempo durante el cual puede aplicarse un impulso determinado así como su intensidad para lograr el efecto específico buscado.
De mi cuenta recabé la información técnica necesaria y diseñé los mapas del cerebro, luego otros más en detalle de cada una de sus zonas conductuales que son las que nos importan.  Asimismo revisé toda la documentación sobre el cerebro en los experimentos de la Escuela Rusa de Pavlov.
Juan se ocupó de diseñar los planos de la máquina, de buscar los elementos y las herramientas adecuados que hicieran falta en los negocios del ramo electrónico y, posteriormente, construir un artefacto electrónico que emita choques eléctricos de pequeña intensidad. 
El tiempo siguió corriendo para el Mundo, para Juan, para mí y para “La Máquina”.
Quedó armada del tamaño de un televisor mediano, la parte superior con campana de vidrio bajo la cual dos electrodos transmiten un arco voltaico constante.  Al frente con los relojes y variadores de voltaje y amperaje y los enchufes para las puntas de prueba y para el pulsador de pie.

EL EXPERIMENTO.
Y ocurrió que fue mayúsculo el susto que nos pegamos cuando dijimos: ¿quién la prueba?
Es regular que en todo laboratorio se usen animales para estos eventos.  Juan, sonriendo, me dijo que podía aportar una gallina del gallinero de su casa.  Le dije que las gallinas son bastante agresivas y resultarán buenas para el experimento y que serán necesarias dos gallinas para comparar los resultados y que le pediría una a mi Tía Etelvina, así son de dos grupos distintos.
Dado que a veces ocurren pequeñas diferencias entre el cerebro humano y el cerebro de las gallinas debí preparar para esta prueba los mapas correspondientes a las zonas gallináceas en cuestión.  La Fundación Ornitológica me aportó todos los antecedentes con que disponían los cuales corroboré, corregí y aumenté con un par de disecciones de las cabezas de otras tantas gallinas que me cedió muy gentilmente mi Tía Etelvina antes del puchero dominguero  de la semana anterior.
Del dicho al hecho.  Colocamos las gallinas en una jaula grande para que se muevan con cierta soltura.  Bautizamos a las gallinas “Juana” a la de Juan y “Eduarda” a la mía.
El primero fue un día normal de gallinero: los animales se adaptaron al lugar y se comieron el maíz con fervor, aún peleándose por los últimos granos.  Esto es lo que escribimos en el cuaderno de bitácora como justificativo de nuestro magnánimo emprendimiento.
A la mañana del segundo día iniciamos la aplicación del “rayo de la felicidad”.
Elegimos a Eduarda, mi gallina, para someterla al cambio de comportamiento.  El caso es que no se quedaba quieta a pesar que se lo pedimos varias veces.  Ahí descubrimos que no maneja muy bien el español.  Por tanto, le ajustamos las patas con una cinta y la dejamos echada sobre la mesa de la cochera que ahora usábamos para el experimento.  Conectamos una punta de prueba a la pata de Eduarda arrollando el cable y con la otra punta comencé a apuntar a la cabeza, ya desplumada, según me indicaba el mapa cerebral.
Yo descargaba la tensión con el pulsador de pie y, a cada indicación, Juan variaba el voltaje.
Durante todo el tiempo que duró el experimento la gallina dio pequeñas vibraciones a cada descarga porque el rayo también excita a las neuronas que comandan músculos.
Luego de una sesión de treinta y cinco minutos de ir alternando varias zonas cerebrales dimos por terminada la prueba.  Aquí, Juan me hizo notar que había quedado cierto aroma a pollo rotisado dentro de la cochera.
Solté las patas a Eduarda y le di una palmadita suave para que se levantara; pero nos asustamos, yo más: mi gallina no se paraba.
-¡Mierda, se nos fue al carajo el experimento!, dije.
La comencé a masajear con las dos manos para distenderla por si estaba tullida de su postura sobre la mesa o por las descargas eléctricas.  Enseguida se recobró, se paró y comenzó a caminar sin asustarse, además inició un canto suave de cacareo y melodía que, si bien es natural en ellas, nos sorprendió gratamente.  Todo esto lo anotamos.
El segundo paso y el más importante era verificar su comportamiento “en sociedad”.
Vuelta a la jaula junto a Juana, les echamos maíz.  Juana comió con desesperación (como siempre y como toda gallina que se precia) mientras Eduarda lo hacía displicentemente, como sin mucho interés.  A los últimos granos, Eduarda dejó de comer y, alternativamente, con su pico empujaba los granos de maíz hacia Juana y entonaba su canto mezcla de melodía y cacareo.
Los días se sucedieron unos tras otros y el experimento continuaba en su fase de control.
Las conductas de Juana y Eduarda se repitieron y a cada día que transcurría mi gallina estaba más flaca y caída por comer menos y la gallina de Juan estaba más gorda y rozagante.
Luego, decidimos colocar a las gallinas en jaulas separarlas.  Con esto logramos recuperar la salud de Eduarda.

CONCLUSIÓN.
La conclusión del experimento la consideramos satisfactoria: la Máquina de la Felicidad funcionaba a la perfección porque a Eduarda se la veía feliz y dicharachera.
Así, exacerbados con el éxito de nuestro experimento, nos fuimos a brindar al antro ancestral que cobijara nuestros primeros atisbos de gloria: el café del barrio.  Casi no hablamos esta vez, estábamos demasiado emocionados.  Todo fue simple y rápido.  Gozoso, tal vez, para cada uno.  Nos despedimos con un abrazo profundo y un “mañana la probamos conmigo” que pronunciamos al mismo tiempo.
Estuve todo el resto de la tarde haciendo un racconto del trámite de nuestro programa para salvar a la Humanidad.  Me sentía feliz, realizado como Hombre.
A la noche no pude conciliar el sueño.  Me surgió la duda sobre la aplicación en individuos que vivan en sociedad ya que si ocurre lo mismo que con mi gallina aquel que es inducido por la máquina podrá resultar abusado de cualquier circunstancia que se plantee para con otros.  Esto involucra subyugaciones tales como si fuese un lavado de cerebro a científicos, un magnicidio, el ataque a una ciudad, a…
Ahora recuerdo que esta tarde me ofrecí a probar la máquina conmigo mismo.  Significa que mi voluntad quedará a merced de la voluntad de otros porque yo aceptaré felizmente cualquier cosa que se le ocurra al otro.
También si Juan quiere arrogarse la propiedad de la máquina yo no me opondré…
Esto no podrá ser… el no será capaz… pero ¿quién le dirá que no?
Y también el tío Nicolás que la semana pasada me propuso, en broma, que le regale la casa… si me lo propone otra vez yo lo aceptaré felizmente…
Y así, me pasé toda la noche inventando situaciones que me ubicaban como otorgando mis bienes y mi vida a todo aquél que, simplemente, me lo propusiera.
Ya muy temprano, sin haber pegado un ojo, no soporté más una acuciante idea que corroía mi cerebro.  Me calcé el equipo de gimnasia que uso para correr y fui a la cochera dispuesto a todo.
Allí ya estaba Juan, maza en mano y con cara de satisfacción.
Había pensado lo mismo que yo.
Nos miramos largo rato.
Así, exacerbados con el éxito de nuestro experimento, nos fuimos a brindar al antro ancestral que cobijara nuestros primeros atisbos de gloria: el café del barrio.  Casi no hablamos, también esta vez, estábamos demasiado emocionados.  Todo fue simple y rápido.  Gozoso, tal vez, para cada uno.  Nos despedimos con un abrazo profundo y un -lo regular que uno piensa es que este mundo es una porquería- que pronunciamos al mismo tiempo.


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