ANDREA DE LA CROIX
La
vengo a visitar.
Me
invitó a su casa.
Es
que nos conocemos hace algunos años. Y
somos amigos.
Pero
amigos-amigos.
También
me gusta algo más que como amiga. Se lo
dije varias veces.
No
agarró.
Creo
que, como algunas mujeres, busca a un tipo que tenga guita para llevarla a
pasear y a boliches de onda a tomar un café.
También, si se da mucho mejor, que tenga auto así la lleva de un lado
para el otro a donde a ella se le cante.
Pero
yo no. No tengo auto y no tengo guita.
También
no me gusta que me usen como siervito.
Por lo menos mientras me de cuenta.
Busco
a una mujer con mayúscula. Una mujer que
me ame a mí y no a mi guita.
Una
mujer con la que nos miremos por enésima
vez en el día y lagrimeemos de emoción.
Sólo de vernos.
Pero,
bueno, no se da todas las veces. En fin…
El
caso es que además de estas divergencias tenemos nuestras convergencias.
Una
de ellas es la de reunirnos de vez en cuando para tomar unos mates o para comer
alguna cosita como de cena. Yo llevo el
vino.
En
nuestras convergencias charlamos de todos
los bueyes perdidos que tenemos por la inmensa pampa
de nuestras vidas . Por lo
menos de los que
nos acordamos en ese momento .
De
más está decir que hago la oportunidad oportuna (valga la redundancia) para
ensalzar alguna de sus cualidades. Las
cualidades que se ven a la vista (valga la redundancia, de nuevo) y las que podrían estar ocultas y
que , aunque no las tenga, es bueno
decírselas siempre a toda mujer. En todo
caso para ver si afloja alguna vez . En un descuido , claro .
Yo
insisto. De hecho, incentivado por el
incremento térmico de mi masa corporal producto del momento que
transcurro. Andrea se lo merece.
Ya
en las postrimerías de mi estancia en su tan grata compañía nos apropicuamos a
la puerta de calle descendiendo por la escalera. Su depto es un cubículo vertical: entrada, un
minúsculo recibidos y la escalera hacia arriba en la planta baja; cocina con
comedor, living y baño en el primer piso; dormitorio en el segundo piso y una
estancia para estudio o taller en el tercer piso. Todos los ambientes dando a un amplio
ventanal orientado a la calle.
Bajando
la escalera, como digo, me detengo. Voy
yo delante. Me detengo y ella queda
detrás de mí. Giro y la enfrento. La miro a los ojos. Ahí estamos a la misma altura porque el
escalón de diferencia salva nuestra diferencia física. Física de altura, claro. Y yo me detengo, justamente, por las otras
diferencias físicas, claro.
Y
mirándola a los ojos como digo, comienzo a recorrer con mis dedos su rostro.
Paso
mis dedos
por sus cejas, su frente ,
bajo a sus mejillas, me voy a sus
orejas, subo a sus cabellos y acerco mis
labios a los suyos.
Sólo
un piquito le doy. No me responde. No espero que me responda porque enseguida
apoyo mi mejilla a la suya para sentir su piel.
Se
deja hacer.
Es
ahora con los labios con los cuales recorro su cabeza. Beso los párpados de sus ojos con parsimonia,
subo a su frente y, más allá, a sus cabellos.
Luego los pabellones de sus orejas y vuelvo a la cara. Otra vez sus ojos, su nariz, bajo a su mentón
y, por fin, a sus labios.
Digo
“por fin” como un corolario de todo el flirteo.
Como si a través de nuestras bocas pudiéramos transmitirnos todo. Todo-todo.
Todo lo que cada uno siente dentro de sí para con el otro.
Nada
dice en todo este tiempo. Pero habla al
final.
Sí,
habla al final . Sus labios se abren y apoyan en los míos.
Sus
brazos abrazan mi cuello. Las palmas de
mis manos se apoyan en su espalda y traigo su pecho contra mi pecho, suave pero
firmemente.
No
se ni nunca sabré cuanto tiempo dura este
beso. En verdad, no me
importa.
Sé
que comienzan a rodar por mis mejillas un torrente de lágrimas. Mojo también su cara.
Me
doy cuenta de toda la emoción contenida dentro de mí durante tanto tiempo. Tanto tiempo deseando este momento. Me doy cuenta que esto es… que esto es…
Ella
también.
Ella
también llora.
Ambos
iniciamos en el otro el reconocimiento de los lugares donde guardamos nuestros
instintos.
Ahora
ella me vuelve a besar. Imbrica sus
dedos en mis cabellos. Palpa mi cara, mi
cuello, mis hombros. Me mira y remira a
los ojos. Me besa y rebesa los labios.
En
tanto, mis manos se deslizan debajo de su camisa y rodean sus pechos. Una piel tan suave… Alzo su camisa y alzo mi camisa. Siento la suavidad de sus pechos sobre mi
pecho. Siento la turgencia de sus
pezones en mi pecho.
Navegando
mis manos sobre su vientre destrabo el cierre de su pantalón y apoyando mis
manos a cada costado de su cintura lo deslizo hacia abajo junto con su
bombacha.
Ella
hace otro tanto con mi pantalón y mis calzoncillos.
Nos
volvemos a mirar a los ojos.
Apretando
nuestros cuerpos con un abrazo infinito apoyamos nuestras manos en los hombros
del otro.
Los
labios vuelven a juntarse y a jugar
en besos pequeños y muy húmedos. Los dientes
mordisquean con dulzura los labios.
La
ansiedad mutua crece.
Los
instintos se buscan… se rozan… se enfrentan… se besan…
Se
escapan.
La
ansiedad mutua crece.
Y
otra vez se buscan… se rozan… se enfrentan… se besan…
se
besan
se besan
se
besan
Nos
volvemos a mirar a los ojos y estallamos en la convulsión de vida y el jadeo de
gozo esperado, tal vez hace…
Quedamos
en la escalera, sentados, abrazados
desde
aquella vez
porque
con mi pañuelo sequé nuestras lágrimas.
Me acomodé la ropa y le ayudé a acomodar la suya. Nos dimos un piquito y me fui.
Nos
reunimos de vez en cuando para tomar unos mates o para comer alguna cosita como
de cena. Yo llevo el vino.
Porque
somos amigos. Amigos-amigos.
Es
que ella es una mujer que necesita un hombre que tenga dinero para llevarla a
boliches de onda a tomar un café y esas cosas.
Es que ella es una “mujer de mundo”, que se dice.
Y yo… yo… yo no.
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