domingo, 12 de febrero de 2017

LA MUJER
                                                            
-¿Y viene mamá?
-No mi amor, mamá no vendrá.  Vos quedate jugando mientras papá va a trabajar.  Enseguida regreso.
-Dame un besito papá.
Su mamá se fue de la casa.  El padre, férreamente, guarda las formas del cariño hacia su hija y la pulcritud del entorno.
Licina se arrellanó sobre la alfombra del living y comenzó a sacar sus juguetes desde una caja en forma de cubo con rueditas y con números pintados en cada una de sus caras semejando un gran dado.    En tanto gira desde el cubo hacia la alfombra y al volver agita graciosamente las dos colitas de su pelo rubio.  Se detiene más tiempo al recoger muñecas que al recoger otros objetos.  Sin dudas, la forma humana le transmite más apropiación.  De vez en cuando pronuncia el nombre de una de sus muñecas.  Una vez vaciada la caja la cubre con su tapa y va sentando en su borde a las muñecas luego de darles un beso y acomodarles el pelo y el vestido.
El living es un ambiente con amplio ventanal que deja entrar una buena cantidad de luz desde el jardín del fondo de la casa.  El piso de madera, en parquet, tiene al centro una alfombre y sobre ella se ubica la mesa y las cuatro sillas, todo en madera de algarrobo.  Sus paredes blancas permiten resaltar los escasos adornos:  algunos pequeños cuadros dispuestos en serie, un plato decorado, la foto de Licina cuando cumplió dos años junto a su mamá y su papá enmarcada en madera pintada en dorado, una lámina de “Amistad” de Picasso también enmarcado.
Desde el techo se descuelga un par de lámparas minimalistas negras y de formas geométricas.  Dos sillones con tapizados en cuerina color tiza ocupan buena parte del espacio.  Hacia la otra pared se apoya un mueble bajo con tres puertas y tres cajones.  Sobre él hay varios portarretratos con fotos familiares, un florero con flores frescas (las mismas que se ven en el jardín a través del ventanal), una pila de papeles sueltos (el de arriba es la factura de electricidad).  La superficie está brillante.
Una mesa ratona con tapa de vidrio sostiene una radio de regular tamaño; resalta un botón verde, tal vez por la ausencia de tres de sus perillas que habrán sido juego de la pequeña Licina.  Desde sus dos parlantes la voz de Rod Stewart invade cada rincón del living.

Licina sigue con su juego.  En un momento dirige la mirada hacia el vano en donde ubica la escalera que lleva al sótano.  Va hacia allí y tomando la muñeca con su mano izquierda se apoya en el pasamanos con la mano derecha y fijando la vista sobre cada peldaño desciende con cautela hasta quedar frente a la puerta de entrada.

Detrás de ésa puerta del sótano se desarrolla otra parte del drama.
El hombre sigue cavando el piso, febril y maquinalmente.  A un costado de la fosa se levanta el montículo de tierra que ya sacó.  Al otro costado, una bolsa negra y grande como para albergar un cuerpo humano deja escapar el hilo de un líquido rojo que se desliza por entre los ladrillos que cubren el piso y cae al mismo pozo.
-…un poco más… un poco más…
El hombre, sudoroso por el esfuerzo, apoya la pala en su pierna y desabrocha otro botón de su camisa.
Toma un respiro a su labor y recorre el ámbito.
El lúgubre sótano, apenas iluminado con la luz de la lámpara de querosén es, en sí mismo, una tumba.  Sus paredes de ladrillos están descarnadas y húmedas y sus rincones del techo con telarañas de hace años, muchos años…
-Basta, ya es suficiente, masculla y clava la pala sobre el montículo de tierra húmeda.  Respirando hondo y agachándose sobre la bolsa negra la toma desde un extremo y la desliza hacia la fosa.  Hace lo propio tomando la bolsa desde su otro extremo.  Debe estar en línea a la fosa para asegurarse que, al caer, quede totalmente extendida sobre el fondo.
Repite la operación con cuidado acercando la bolsa aún más al borde.
Por fin se tira de espaldas al suelo flexionando sus piernas y apoyando sus pies sobre la bolsa en cada extremo para que caiga toda a la vez.
Va empujando despaciosa y alternativamente con cada pierna.  Sus ojos se le irritan y lagrimean, su garganta se le va secando con el humo y el olor acre de la lámpara que al ir consumiendo el querosén también va quemando el trapo de la mecha.
Ya siente que la bolsa comienza a flotar en el vacío… cada vez más… cada vez más…
Toc… Toc… Toc… 
Si el esfuerzo descomunal de cavar, extraño a su cuerpo, hizo agitar sus pulmones hasta lo imposible y la emoción de lo ilícito de su trámite hizo palpitar su corazón a ritmos alocados, el llamado a la puerta del sótano paralizó la vida del hombre.
No oyó más su respiración, no oyó más el latido de su corazón.
Sólo sus ojos se abrieron desmesuradamente.
Solo atinó a pensar  -¿Quién…?  ¿Cómo…?  ¿Por qué justo ahora…?

Toc… Toc… Toc…
-¿Papi, estás ahí?
-Sí mi amor, ya voy.
El sonido metálico del pasador dio lugar a la puerta abierta y paso a la niña que siguió bajando los tres peldaños restantes de la escalera hasta llegar al sobrio cuarto donde Pablo la recibió alzándola y besuqueándola.
Queda poco espacio para andar por el cuarto.  Está circundado de estanterías atestadas con libros y apenas queda lugar para una rejilla con extractor para la ventilación a través de un tubo que desemboca en una torreta en el jardín del fondo.  El piso es de baldosas cerámicas y un cómodo sillón giratorio frente a la mesa de tareas permite cumplir con su trabajo durante largas horas, otra mesa más pequeña alberga un equipo computador y desde el techo baja una pantalla regulable sobre la mesa de tareas.  Un pequeño florero con jazmines sobre un estante de la biblioteca, delante de los libros, inspira al espíritu de Pablo.
-¡Ay, papi, me hacés cosquillas con tu barba!  Tengo hambre papi  ¿Me hacés la lecha?  ¿Me hacés panqueques, papi?
-Sí mi amor.  Papi te va a hacer panqueques y tu leche.
Subiendo la escalera con Licina en sus brazos, dejó sobre la mesa su tarea tan dulcemente interrumpida: papeles manuscritos por doquier, su vaso con agua a medio consumir, su lapicera…
Es algo quisquilloso con sus lapiceras, desdeña las muy elegantes que le regalan como símbolo de su profesión de novelista y prefiere las sencillas (los bolígrafos comunes) pero eso sí, siempre con tinta de color azul.  Las consume bastante, claro.  Y por aquí o por allá, sobre la mesa, algún capuchón de ellas.  Cuando acaba las lapiceras echa los cuerpos al cesto, casi con enojo, como si tuvieran que durar toda la eternidad.


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